Woodstock by Walter Scott

Woodstock by Walter Scott

autor:Walter Scott
La lengua: es
Format: mobi, epub
Tags: prose_history
ISBN: 9788430304417
editor: Ramón Sopena
publicado: 2011-09-17T22:00:00+00:00


XIX

Conozco poco estos sitios, muy peligrosos para el extranjero que, sin guía, se aventura a cruzarlos.—(La fiesta de los reyes.)

Al llegar la hora de la cena, los criados, poco numerosos, pero muy fieles, advirtieron que el anciano sir Enrique Lee habla entrado triunfante en su antigua morada.

La gran copa, que ostentaba en su bajo relieve la figura de San Miguel pisoteando a Satanás, fue colocada sobre la mesa, y Jocelín y la joven Febe de pie, el primero detrás del sillón de sir Enrique y la segunda detrás del de la hermosa Alicia, les prestaban respetuosamente los servicios que podrían esperarse de mayor número de servidores.

—Por la salud del rey Carlos —dijo el anciano, presentando a su hija el vaso lleno de cerveza—. Bebed, mi querida Alicia.

La señorita Lee tomó el vaso de manos de su padre, lo tocó con sus labios, y devolviólo al anciano caballero, quien lo dejó sobre la mesa después de aliviarle algo él peso.

—No diré que buen provecho les haga —dijo—; pero indudablemente esos tunantes bebían una excelente cerveza.

—No es extraño, señor —agregó Jocelín—, los ingredientes de que la fabrican, sólo les cuestan el trabajo de tomarlos, y, naturalmente, no los escasean.

—¿Así os explicáis? —dijo sir Enrique—. Pues bebed este vaso, como recompensa a vuestro ingenio.

El guardabosque se apresuró a obedecer; bebió a la salud del rey, saludó a su amo, para agradecerle el obsequio, y dejando el vaso sobre la mesa, dijo, dirigiendo una mirada de triunfo al bajo relieve:

—No hace mucho tiempo que le he dicho también algo a aquella casaca encarnada, relativo a este San Miguel.

—¡Casaca encarnada! —exclamó el impetuoso anciano—; ¿qué casaca encarnada es ésa? ¿Queda todavía alguno de esos canallas en palacio? ¡Echadlo fuera, Jocelín, o arrojadlo por una ventana!

—Se había quedado para ultimar algunos asuntos, y en este momento se pone en camino. Es aquel... aquel que se batió con vos en una de las alamedas del parque.

—¡Ah! Ya le di una buena lección en el vestíbulo. Jamás me he encontrado más dispuesto para tirar al florete que entonces. Jocelín. Me parece que ese tunante, en el fondo, no es tan bribón como sus compañeros; se bate bien; perfectamente bien... Me agradaría veros jugar la espada con él mañana, en el vestíbulo; pero creo que es demasiado hábil para ves. Conozco vuestra fuerza, Jocelín.

Sir Enrique podía hablar así con alguna verdad, pues acostumbraba tirar al florete con Jocelín con bastante frecuencia, y éste, en tales ocasiones, no desplegaba más que la fuerza y destreza necesarias para que el vencimiento no pareciese demasiado fácil. Como sirviente discreto, dejaba siempre a su señor los honores de la victoria.

—¿Y qué decía ese cabeza redonda del San Miguel, grabado en la copa? — preguntó el caballero.

—Se burlaba de nuestro buen santo, asegurando que no vale más que uno de los becerros de oro de Béthel; pero le contesté, que haría bien en esperar a que uno de sus santos cabeza redonda pusiera al diablo bajo sus pies, como hace San Miguel. Creo que esto era suficiente para hacerle callar.



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